martes, 20 de noviembre de 2012

La Isla de Queguay Grande

 
 
Cuentos y Leyendas del Río Uruguay
 
UNA HISTORIA COMO TANTAS
Myriam Teresita Montiel Demaris *
 
 
 
Atardecer en la isla de la Almeria y Queguay Grande en el Río Uruguay
 
 
Éramos una familia numerosa que vivíamos en la zona de Constancia, una población al norte de la ciudad de Paysandú.

Allí teníamos animales, cultivábamos la tierra y mis hermanos mayores concurrían a la escuelita del pueblo.

Corría el año 1953, yo era muy pequeño, nací en 1947, en mi casa se hablaba de hacer un viaje, el tema era ir a vivir a una isla. Yo no entendía nada, pero supe que nos mudaríamos. El clima en casa era de alegría, todos ayudábamos en algo. Creo que en algún momento pensé: “Ahora viene el camión, cargamos todo, y nos vamos”, pero la verdad es que nunca pensé que la mudanza se haría en dos medios de transporte, y en dos etapas. El camión nos llevó hasta la costa del río y allí nos esperaba una embarcación. No sabía que nuestro destino era justo en el medio del Río Uruguay, en aquella isla llamada Isla Grande del Queguay. Exactamente queda frente al pueblo Liebig, provincia de Entre Ríos.
 
 
Vista aérea el delta que forma el Río Queguay, que en Guarani significa "peine de agua"
Entre las islas se ve el Banco de arena el Bariyal
 
Entre las cosas que llevábamos a nuestro nuevo domicilio iban dos vacas lecheras, algunas gallinas y algunos cerdos. De esta forma comenzaba nuestra vida en aquel lugar casi virgen, pura naturaleza.

Nuestro trabajo consistía en hacer leña para abastecer a la usina de Paysandú (donde hoy esta la piscina del Club Remeros). También hacíamos carbón y abastecíamos a diferentes depósitos de la ciudad. Esta carga era traída a Paysandú en barcos que siempre descargaban junto a la usina.

En el trabajo del monte participaba toda mi familia, desde el más pequeño al hombre, mis tres hermanas mujeres que además de ayudar a mamá en la tarea de la casa monteaban igual que todos.

Más adelante empezamos a traer la madera a la ciudad y para eso construíamos balsas con la misma madera (jangadas), así con la corriente a favor traíamos nuestro trabajo, a fuerza de lucha, con el río ya sea calmo o embravecido, todo a fuerza de pulmón.
 
La isla de Queguay Grande con su densa vegetación que se ve a lo largo de la costa del Río Uruguay
 
 
Allí no había escuela, ni plazas, todo era monte y río, naturaleza y lucha. Era esta la única vida que conocíamos y así fuimos creciendo.

Mamá amasaba el pan, ordeñaba las vacas, cultivaba la huerta y además fue maestra de mis hermanas, les enseño a leer y a escribir. A los varones no pudo enseñarles, no teníamos tiempo, había que trabajar, y según papá: “¿Para qué?”.

Mamá se hacia tiempo para todo, hasta nos confeccionaba la ropa, remendaba pantalones, tejía puloveres. Era una madre doctor, nos curaba cuando nos lastimábamos, nos hacia remedios mágicos para la tos y la fiebre.

Muchas veces, en aquellos crudos inviernos isleños, cuando muy tempranito salíamos a buscar las vacas, se nos helaban los pies y nos dolían terriblemente, entonces corríamos a donde las vacas defecaban y allí los calentábamos. Nuestro juguetes fueron caracoles y cucharitas del río; también construíamos algunos de barro cocido, pero el tiempo para jugar casi no existía, papá era muy exigente, había que trabajar.

En los días de lluvia el trabajo mermaba, entonces mi hermana mayor se sentaba cerca de la cocina a leña y nosotros la rodeábamos y nos deleitaba con las lecturas de “Juan el zorro”, o bien nos leía algún cuento que nos transportaba quién sabe a qué lugar fantástico. Esos eran momentos en que nuestra imaginación volaba; como cuando escuchábamos algún radioteatro, aquello era mágico.

En abril del año 1959, el río comenzó a crecer muy rápido, los días eran grises y de muchas lluvias. Papá se puso terco y decía: -“Ya va a mejorar el tiempo y el río va a bajar”.  Pero el río fue más terco que papá y muy pronto nos acorraló.

La casa donde vivíamos era una construcción de material, de dos plantas, entonces a las habitaciones de arriba habíamos trasladado todo lo que pudimos.

No recuerdo cuánto tiempo estuvimos allí, sólo sé que teníamos terror. Mirábamos alrededor y veíamos la furia del río, los animales ahogándose, y todo era arrastrado por esa furiosa correntada. Recuerdo que mamá casi ni hablaba, sólo la escuchábamos rezar.

En un momento mi hermano mayor, un joven de 18 años, se animó y atravesó el río en la chalana hasta Liebig en busca de ayuda. Era este el lugar más cercano que teníamos, pues nuestra ciudad de Paysandú se encuentra a   quince kilómetros aproximadamente de la isla y el tema era conseguir auxilio lo antes posible. Luego de unas horas oímos que se acercaba un motor, mi mamá que hasta entonces sólo la oía rezar, dijo: -“Gracias a Dios estamos salvados”.  Era una embarcación de prefectura de Colon E.R, que efectivamente venían a socorrernos.   Nos trasladaron a Liebig, incondicionalmente durante tres meses nos dieron vivienda, abrigo, comida, afecto y amistad de muchísimas familias argentinas. Algunos de los nombres que aún recuerdo son: Familias Martínez, Meyer, Pralon, y el marinero De la Rua que al igual que nosotros estaba evacuado en aquel lugar.

 
Población de Leibig, Provincia de Entre Ríos, Rep. Argentina
 
 
 
Antigua fábrica de Leibig que producia cornebeef y que llego a tener 3.500 empleados. Cerrada en 1980 por la crisis económica
 
Estos tres meses que estuvimos evacuados nos sirvió para ver de cerca todo lo que era la vida del pueblo. Había vecinos, almacén, niños jugando en una canchita, una plaza, una escuela, y tantas cosas que en la isla carecíamos.

De allí en más volver a la isla no sería lo mismo, pero volvimos.

Poco a poco mis hermanos mayores se vinieron a Paysandú, y así me fui vinculando también yo a la ciudad, hasta que en el año 1967 me vine para siempre.

Acá en la ciudad he realizado muchos trabajos, pues lo único que sabíamos hacer era trabajar y trabajar.

Formé una linda familia, hace 36 años estoy casado, tenemos cinco hijas, un varón y seis hermosos nietos.

Traté de darles a mis hijos todo aquello que por alguna razón no tuve.

Creo haber sembrado buena semilla, porque hoy con 65 años miro mi cosecha y tengo los mejores frutos.

Dios ha estado presente en cada unos de mis días.

Papá y mamá ya no están, tampoco están algunos de mis hermanos… Es la vida.

Hace un tiempo volví con mi hermano mayor y mi hijo a aquel lugar donde viví gran parte de mi vida, aún hay ruinas de la casa allí. La emoción me inundó al subir aquellos escalones que llevaban  a la parte alta de la vivienda, fue revivir muchos recuerdos. Aún me queda una materia pendiente, la de ir a Liebig y recorrer aquellos lugares donde estuvimos evacuados; quiero ver algo que me recuerde todo, quiero poder agradecer a los hombres de prefectura que no tuvieron miedo de atravesar el río con su bravura para rescatarnos de una muerte segura.
Antigua Cabaña de troncos en la zona del Delta
 
 
De alguna manera siento que les debemos la vida a nuestros hermanos argentinos, siento en verdad que hay un fuerte lazo dentro de mí que  me une a los argentinos, es ésta la ”Hermandad” que tanto se habla?  Supongo que si,  porque hablar de esto me llena de  emoción.

                    Cuando en alguna ocasión hablo de esto con mis hijos y mis nietos, me escuchan con mucha atención, les cuento anécdotas y vivencias, y parece que las revivo, y me gusta hacerlo, no se por qué, es sólo “Una historia como tantas”, es la historia de mi vida…

El  segundo premio se otorgó al trabajo “Una historia como tantas”, de una sanducera que traduce los recuerdos de su esposo trabajando desde niño en la isla del Queguay.
 
(*)  La autora, Myriam Teresita Montiel Demaris, traduce los recuerdos de su esposo que trabajo de niño en la Isla del Queguay. Este relato, recibió el segundo premio al Concurso "Vidas sin frontera" que organizó la radio OID MORTALES de la ciudad de Concordia (Prov. de Entre Rios, Argentina) y del periódico EL ENTRERRIANO de la ciudad entrerriana de Colón.
 
 
 

 El sol cae sobre la Isla de Queguay Grande sobre la costa del Río Uruguay. Un paraíso para hombres y mujeres valientes, tierra de conquistadores, colonizadores y ascestas.
 



XRISTOS ANESTI!
 
Proto Monasterio Pavel Florenski
Iglesia Ortodoxa Bielorrusa Eslava en el Extranjero

No hay comentarios:

Publicar un comentario