miércoles, 10 de febrero de 2016

DECISIONES - La ranita del terraplén




DECISIONES







Confía en Dios con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas. (Proverbios 3:5-6).





DECISIONES

 Una costumbre de nuestra tierra, es transmitir enseñanzas a través de los animales. Algo más simpático y a la vez con una dosis de sencillez y fragilidad. Para los niños y jóvenes, aprender a ver el mundo animal de manera diferente. Para los mayores, que se les recuerde que una vez fueron niños y que no deben olvidar la inocencia de esos tiempos, puesto que es la que pide desde los Cielos, Nuestro Señor Jesucristo.

Este relato, nos enseña que en los momentos en que tomamos decisiones que afectan a uno y a los que lo rodean de manera significativa, siempre hay una opción de “ver más allá”, de tomar una producente distancia para poder, con serenidad, con amor en el corazón, saber si se está obrando bien. En el mundo actual, es muy fácil enojarse, perder la paciencia y dejar todo atrás. Como si el instante en que se toma tajantes decisiones, no existiera tiempo pasado; que solo hay ese HOY, ese ACONTECER, ese PROBLEMA, sin pasado, sin futuro.

Toda acción tiene su consecuencia. Toda acción tiene su origen. Toda decisión que quiera ser drástica, debe contemplar lo que nuestra ceguera no nos permite. Y cuando la mente se nubla y es difícil ver algunos tesoros que hemos olvidado de nuestras vidas, apelemos al Nombre de Nuestro Señor Jesucristo, para que venga en ayuda, para que ilumine el corazón.

Que Cristo los ilumine para esos momentos donde pareciera que no existe más que un presente esquivo a nuestra felicidad.

Vladyka TEOFANO, Juan M. Garayalde
Proto Monasterio Pavel Florenski
Archieparquia de la República Argentina
      



LA RANITA DEL TERRAPLÉN

Vivía nuestra Ranita en una ciudad grande. Pero de la ciudad sólo conocía el arrabal donde había nacido; era justamente la parte baja que las lluvias anegaban periódicamente. Por allí las máquinas de la municipalidad casi no iban. Las cunetas estaban siempre llenas de agua; las baldosas de las veredas, al estar sueltas, solían jugar malas pasadas a los que caminaban por ellas; y los zócalos de las casas se descascaraban un poco por todos lados a causa de la humedad.

No es que no amara a su barrio. Pero aquellos detalles amargaban a la ranita. Que prestaba demasiada atención al ambiente que la rodeaba. Tenía algo de soñadora. Y lo sórdido de las cunetas, zócalos y veredas, terminó por resultarle insoportable. Su tenía algo de contagioso y creaba clima a su alrededor. Porque hay que reconocer que su alma de poeta tenía la rara cualidad de comunicarse y transmitir sus sentimientos.

Muchas veces había escuchado comentar la hermosura de las grandes ciudades, con calles prolijas, plazas cuidadas y avenidas arboladas. Estas descripciones no habían más que aumentar su disgusto por todo lo desagradable que veía continuamente a su alrededor. Y, como le suele pasar a los soñadores, comenzó a polarizar sus sentimientos. Todo lo desagradable, molesto y prosaico decidió que se había dado cita en su ciudad natal. Mientras que todo lo lindo, lo armonioso y elegante, debía encontrarse en la ciudad ideal que comenzó a imaginarse como existente en algún  lugar.


 Una de las ranas mas comunes en las regiones del monte enterriano, es la rana urnero. De tampaño medio, posee un hocico pintiagudo, dorso verrugoso, parduzco o grisáceo con pequeñas manchas oscuras en todo su cuerpo. Se la puede encontrar durante el día bajo los troncos y en cuevas que dejan las piedras y árboles.




Por lo bajo de su barrio cruzaba justamente el ferrocarril. Allí las vías circulaban sobre un alto terraplén que, a varios metros de altura, amurallaba el horizonte impidiendo ver todo lo que quedaba del otro lado. Y nuestra ranita decidió, vaya a saber uno por qué, que justamente detrás del terraplén debía estar la ciudad magnífica de la que tanto le habían hablado. Y, fue tal su convicción, que decidió trepar el terraplén a fin de gozar de la visión de aquella ciudad tan distinta de la suya.

El trabajo fue muy arduo. Porque nuestro animalito no tenía experiencia de salto en alto. Sólo conocía el salto en largo. Pero estaba de dios que lo lograría, porque Dios ayuda al que se esfuerza. Y la ranita alentaba su esfuerzo con el enorme deseo que tenía de ver la ciudad de sus sueños. Y, finalmente, llegó a la cumbre del terraplén.

Pero, no vio nada. El riel de hierro de una cuarte de altura le cortaba todo el campo visual de izquierda a derecha en kilómetros de distancia. Por más que ensayó nuevos saltos, nada logró ver. Pero no se dio por vencida. Se dio cuenta que su posición horizontal dejaba sus ojos por debajo del nivel de las vías. Otra cosa sería que optara por su postura vertical. Y con un enorme esfuerzo, finalmente se paró sobre sus patitas y, con las manos apoyadas sobre el hierro, extendió su vista en lontananza.

Lo que vio, la dejó admirada. Realmente no lo hubiera esperado. Una hermosísima ciudad se presentó ante sus ojos. Más allá de los barrios bajos se abría hermosas avenidas, casas de varios pisos, calles rectas y limpias. Las plazas eran una belleza, y el río brillaba más allá enmarcando la ciudad. Embelesada, la ranita se dijo a sí misma:

_ Verdaderamente, ésta sí que es una ciudad magnífica. La mía no tiene comparación con esta que estoy viendo. Desde hoy me voy a vivir a la ciudad de calles rectas y de plazas arboladas.

Pero, en realidad, la ranita al ponerse en vertical, no había visto lo que estaba delante suyo, sino lo que estaba debajo de sus espaldas. Porque las ranas no tienen ojos delante de su cara, sino encima de su cabeza. Y al ponerse en vertical, lo que había descubierto era su propia ciudad, la que había dejado atrás suyo al subir el terraplén. Sólo que esta vez había tenido la oportunidad de verla desde la altura y en plenitud. Pero era su misma ciudad natal, de la que ahora lograba ver detalles que no conocía. O mejor dicho: antes había conocido de ella sólo ciertos detalles. Justamente los más cercanos y quizás los más prosaicos.




Entusiasmada con lo que había descubierto, decidió bajar hacia la ciudad nueva. Y, en realidad, lo que hizo fue simplemente descender hacia su propia ciudad de siempre. Pero ahora llevaba en los ojos y en el corazón una visión distinta, una visión de plenitud y de armonía totalizadora.

Al llegar a las primeras cunetas de la ciudad se reencontró con los mismos detalles prosaicos de siempre: las baldosas sueltas y los zócalos descascarados. Sólo que ahora los veía con ojos distintos, mientras se decía:

_ ¡Bah! Éstos son sólo pequeños detalles molestos de una magnífica ciudad.

Y, desde entonces, la ranita comenzó a ser feliz. Y, como ella lo transmitía, los demás comenzaron a ser felices a su lado. Lo que es la manera más auténtica de ser felices.

Fray Mamerto Menapace
De Fabulario I. Bichos de tierra adentro.
Editorial Patria Grande – Buenos Aires 2013 – Págs. 53-57