DECISIONES
Confía en Dios con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia
prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas. (Proverbios
3:5-6).
DECISIONES
Una costumbre
de nuestra tierra, es transmitir enseñanzas a través de los animales. Algo más
simpático y a la vez con una dosis de sencillez y fragilidad. Para los niños y
jóvenes, aprender a ver el mundo animal de manera diferente. Para los mayores,
que se les recuerde que una vez fueron niños y que no deben olvidar la
inocencia de esos tiempos, puesto que es la que pide desde los Cielos, Nuestro
Señor Jesucristo.
Este relato, nos enseña que en los momentos en que
tomamos decisiones que afectan a uno y a los que lo rodean de manera
significativa, siempre hay una opción de “ver más allá”, de tomar una
producente distancia para poder, con serenidad, con amor en el corazón, saber
si se está obrando bien. En el mundo actual, es muy fácil enojarse, perder la
paciencia y dejar todo atrás. Como si el instante en que se toma tajantes
decisiones, no existiera tiempo pasado; que solo hay ese HOY, ese ACONTECER,
ese PROBLEMA, sin pasado, sin futuro.
Toda acción tiene su consecuencia. Toda acción
tiene su origen. Toda decisión que quiera ser drástica, debe contemplar lo que
nuestra ceguera no nos permite. Y cuando la mente se nubla y es difícil ver
algunos tesoros que hemos olvidado de nuestras vidas, apelemos al Nombre de
Nuestro Señor Jesucristo, para que venga en ayuda, para que ilumine el corazón.
Que Cristo los ilumine para esos momentos donde
pareciera que no existe más que un presente esquivo a nuestra felicidad.
Vladyka
TEOFANO, Juan M. Garayalde
Proto
Monasterio Pavel Florenski
Archieparquia
de la República Argentina
LA RANITA DEL TERRAPLÉN
Vivía nuestra Ranita en una ciudad grande. Pero de
la ciudad sólo conocía el arrabal donde había nacido; era justamente la parte
baja que las lluvias anegaban periódicamente. Por allí las máquinas de la
municipalidad casi no iban. Las cunetas estaban siempre llenas de agua; las
baldosas de las veredas, al estar sueltas, solían jugar malas pasadas a los que
caminaban por ellas; y los zócalos de las casas se descascaraban un poco por
todos lados a causa de la humedad.
No es que no amara a su barrio. Pero aquellos
detalles amargaban a la ranita. Que prestaba demasiada atención al ambiente que
la rodeaba. Tenía algo de soñadora. Y lo sórdido de las cunetas, zócalos y veredas,
terminó por resultarle insoportable. Su tenía algo de contagioso y creaba clima
a su alrededor. Porque hay que reconocer que su alma de poeta tenía la rara
cualidad de comunicarse y transmitir sus sentimientos.
Muchas veces había escuchado comentar la hermosura
de las grandes ciudades, con calles prolijas, plazas cuidadas y avenidas
arboladas. Estas descripciones no habían más que aumentar su disgusto por todo
lo desagradable que veía continuamente a su alrededor. Y, como le suele pasar a
los soñadores, comenzó a polarizar sus sentimientos. Todo lo desagradable,
molesto y prosaico decidió que se había dado cita en su ciudad natal. Mientras
que todo lo lindo, lo armonioso y elegante, debía encontrarse en la ciudad
ideal que comenzó a imaginarse como existente en algún lugar.
Una de las ranas mas comunes en las regiones del monte enterriano, es la rana urnero. De tampaño medio, posee un hocico pintiagudo, dorso verrugoso, parduzco o grisáceo con pequeñas manchas oscuras en todo su cuerpo. Se la puede encontrar durante el día bajo los troncos y en cuevas que dejan las piedras y árboles.
Por lo bajo de su barrio cruzaba justamente el
ferrocarril. Allí las vías circulaban sobre un alto terraplén que, a varios
metros de altura, amurallaba el horizonte impidiendo ver todo lo que quedaba
del otro lado. Y nuestra ranita decidió, vaya a saber uno por qué, que
justamente detrás del terraplén debía estar la ciudad magnífica de la que tanto
le habían hablado. Y, fue tal su convicción, que decidió trepar el terraplén a
fin de gozar de la visión de aquella ciudad tan distinta de la suya.
El trabajo fue muy arduo. Porque nuestro animalito
no tenía experiencia de salto en alto. Sólo conocía el salto en largo. Pero
estaba de dios que lo lograría, porque Dios ayuda al que se esfuerza. Y la
ranita alentaba su esfuerzo con el enorme deseo que tenía de ver la ciudad de
sus sueños. Y, finalmente, llegó a la cumbre del terraplén.
Pero, no vio nada. El riel de hierro de una cuarte
de altura le cortaba todo el campo visual de izquierda a derecha en kilómetros
de distancia. Por más que ensayó nuevos saltos, nada logró ver. Pero no se dio por
vencida. Se dio cuenta que su posición horizontal dejaba sus ojos por debajo
del nivel de las vías. Otra cosa sería que optara por su postura vertical. Y
con un enorme esfuerzo, finalmente se paró sobre sus patitas y, con las manos
apoyadas sobre el hierro, extendió su vista en lontananza.
Lo que vio, la dejó admirada. Realmente no lo
hubiera esperado. Una hermosísima ciudad se presentó ante sus ojos. Más allá de
los barrios bajos se abría hermosas avenidas, casas de varios pisos, calles
rectas y limpias. Las plazas eran una belleza, y el río brillaba más allá
enmarcando la ciudad. Embelesada, la ranita se dijo a sí misma:
_ Verdaderamente, ésta sí que es una ciudad
magnífica. La mía no tiene comparación con esta que estoy viendo. Desde hoy me
voy a vivir a la ciudad de calles rectas y de plazas arboladas.
Pero, en realidad, la ranita al ponerse en
vertical, no había visto lo que estaba delante suyo, sino lo que estaba debajo
de sus espaldas. Porque las ranas no tienen ojos delante de su cara, sino encima
de su cabeza. Y al ponerse en vertical, lo que había descubierto era su propia
ciudad, la que había dejado atrás suyo al subir el terraplén. Sólo que esta vez
había tenido la oportunidad de verla desde la altura y en plenitud. Pero era su
misma ciudad natal, de la que ahora lograba ver detalles que no conocía. O mejor
dicho: antes había conocido de ella sólo ciertos detalles. Justamente los más
cercanos y quizás los más prosaicos.
Entusiasmada con lo que había descubierto, decidió
bajar hacia la ciudad nueva. Y, en realidad, lo que hizo fue simplemente
descender hacia su propia ciudad de siempre. Pero ahora llevaba en los ojos y
en el corazón una visión distinta, una visión de plenitud y de armonía totalizadora.
Al llegar a las primeras cunetas de la ciudad se reencontró
con los mismos detalles prosaicos de siempre: las baldosas sueltas y los
zócalos descascarados. Sólo que ahora los veía con ojos distintos, mientras se
decía:
_ ¡Bah! Éstos son sólo pequeños detalles molestos
de una magnífica ciudad.
Y, desde entonces, la ranita comenzó a ser feliz. Y,
como ella lo transmitía, los demás comenzaron a ser felices a su lado. Lo que
es la manera más auténtica de ser felices.
Fray Mamerto
Menapace
De Fabulario
I. Bichos de tierra adentro.
Editorial
Patria Grande – Buenos Aires 2013 – Págs. 53-57